Hugo Chávez Frías
Presidente de la República (1999-2013)
El presidente venezolano Hugo Chávez (1954-2013) fue en este comienzo de centuria el estadista más famoso y polémico de América así como uno de los más activos e influyentes de la escena internacional, donde sus iniciativas alternativas impulsaron el paradigma multipolar. Bajo las banderas de la Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI, su Gobierno, de rasgos autocráticos al predominar el personalismo y una cadena de mando vertical, pero al mismo tiempo democráticos porque gozaba de una legitimidad electoral incontestable, sometió a Venezuela a profundas transformaciones en todos los ámbitos.
Desde su subida al poder en 1999, Chávez suscitó querencias y aversiones casi sin medias tintas: la mayoría de los venezolanos le adoraban o le detestaban de un modo visceral. El mandatario se movió a gusto en una dialéctica nacional de polarización de fuerzas que casi siempre inclinó a su favor. El resultado de esta singular jefatura estatal ha sido un modelo lleno de claroscuros en el que el debate sobre cuánto ha ganado o ha perdido el país sudamericano en calidad democrática, desarrollo económico y bienestar social no puede ignorar dos premisas básicas del sistema chavista, a saber: que este ha girado absolutamente en torno a la figura abrumadora de su fundador y líder, y que, energías humanas aparte, la savia que lo vitaliza es el petróleo, concretamente el petróleo caro. Si fallara uno u otro soporte (o los dos), el futuro de la República Bolivariana de Venezuela como articulación institucional y jurídica de una ideología y como actor internacional disidente podría quedar en entredicho.
Luego de cumplir 13 años en el poder y recién recuperado, aseguraba -para escepticismo de casi todo el mundo-, de una delicada batalla personal contra el cáncer, el Comandante de la boina roja libró en octubre de 2012 su enésima contienda política, las elecciones presidenciales que, coronando un abultado palmarés de victorias, le permitirían renovar en el Palacio de Miraflores hasta 2019. A diferencia de las anteriores, las elecciones para el cuarto mandato consecutivo, tercero de seis años, no tenían el resultado cantado de antemano, pero el líder venezolano, cómodo triunfador sobre su adversario de la oposición, Henrique Capriles, zanjó la cuestión de si había alguien capaz de doblegarle en un cara a cara electoral. Tras esta exhibición de fuerza democrática, Chávez experimentó una grave recaída en su enfermedad. No pudo jurar el cago y el 5 de marzo de 2013 falleció en Caracas a los 58 años de edad, siendo sucedido por su heredero designado. Nicolás Maduro, hasta entonces vicepresidente ejecutivo.
UN CONDUCTOR CARISMÁTICOAntiguo teniente coronel del Ejército con inquietudes regeneracionistas y profundamente religioso, cabecilla de la tentativa golpista de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez, excarcelado por Rafael Caldera y, como consecuencia de todo ello, devenido fenómeno político de masas, Chávez ganó las elecciones de 1998 acaudillando un frente de izquierdas y esgrimiendo un programa de cambios radicales. Tan pronto como asumió el poder en 1999, lanzó un proceso constituyente de alumbramiento de la V Republica que otorgaba gran importancia a la democracia participativa y que enterró, sin funeral y con abundantes tics autoritarios, a las instituciones identificadas con las formaciones tradicionales dominantes hasta entonces, las viejas AD y COPEI y la más reciente Convergencia. A todas barrió el huracán chavista tras demasiados años de mal gobierno, corrupción, ajustes sociales dolorosos y desatención de las capas más desfavorecidas de la población.
En estas últimas basó su cantera de votos Chávez, quien desde el primer momento desplegó un estilo y un lenguaje inusualmente informales, donde agresividad, sarcasmo y jovialidad iban de la mano. Su verbo torrencial y abrasivo, sus arranques campechanos y coloquiales, sus soflamas vindicativas tachadas de demagógicas y la sistemática descalificación de los adversarios (a veces, implicados en turbias conspiraciones) servían para movilizar a los numerosos incondicionales, pero también espoleaban la pelea Gobierno-oposición hasta la violencia física e impedían los consensos básicos en democracia. El programa de televisión Aló Presidente, un canal de comunicación directo y pródigo en alocuciones pintorescas, fue el instrumento favorito de este gran heterodoxo a la hora de expresar sus ideas y dar parte de sus decisiones. Venezuela quedó impactada por la personalidad arrolladora del nuevo caudillo popular y populista, cálido y paternal con su gente, pero feroz con sus enemigos.
REVOLUCIÓN EN LAS NORMAS, CONFRONTACIÓN EN LAS CALLES, SUPREMACÍA EN LAS URNAS Tras la promulgación de la Constitución redactada por la Soberanísima a últimos de 1999, las votaciones generales de 2000 fueron para Chávez la siguiente cuenta de un rosario de éxitos, electorales y referendarios, en las urnas, a donde no terminaba de trasladarse todo el repudio al oficialismo que voceaban las multitudinarias manifestaciones de la oposición. En abril de 2002, en mitad de una coyuntura muy deteriorada pese a los programas de asistencia y desarrollo sociales, y a rebufo de una matanza de manifestantes en Caracas de autoría incierta, una coalición de militares, empresarios y sindicalistas consiguió descabalgar al presidente, pero las disposiciones reaccionarias del Gobierno de facto presidido por Pedro Carmona precipitaron el colapso del golpe a las pocas horas de consumarse. Tras su reposición, Chávez, más porfiado que nunca, pisó el acelerador de su revolución por etapas, llegando a requerir de nuevo la investidura de unos poderes extraordinarios que para la oposición eran sinónimo de dictadura. En 2007 la Asamblea Nacional, como ya había hecho en 1999 y 2000, aprobó una Ley Habilitante que permitía a Chávez legislar al margen del procedimiento parlamentario y emitir todos los decretos-leyes que considerara necesarios.
En el lustro posterior a los sucesos de 2002, que conoció cuatro años (2004-2007) de crecimiento económico explosivo como contrapunto de la brutal recesión terminada en 2003, las principales empresas productivas, empezando por las industrias petroquímica y siderúrgica, así como la electricidad, la telefonía y parte de la banca retornaron al control del Estado mediante una catarata de adquisiciones accionariales y nacionalizaciones directas. La compañía pública PDVSA fue robustecida para permitirle al Gobierno recaudar más por la renta petrolera y la nueva legislación orgánica de hidrocarburos consagró la total hegemonía estatal sobre el sector, recuperado así para la "soberanía nacional". El campo fue socializado mediante la Ley de Tierras, que derogó la Reforma Agraria de tiempos de Betancourt y permitió las confiscaciones y expropiaciones de latifundios improductivos. Los programas de inversión social, con generosos subsidios en efectivo, cobraron vuelo.
Por otro lado, la ampliación de las competencias del Ejército, la adquisición masiva de armas, la creación de nuevos cuerpos milicianos, la impartición de nociones castrenses en las escuelas y la regulación de organizaciones de base como los Círculos Bolivarianos supusieron una preocupante militarización de la sociedad civil. La estrategia bolivariana de Chávez para Venezuela requirió asimismo toda una retórica revisionista que, en aras de la reparación y la equidad, coqueteó con la lucha de clases (pobres contra ricos, pueblo contra poderes fácticos), ensalzó el mestizaje y dirigió guiños al indigenismo.
En el terreno puramente político, en 2007, el Movimiento V República (MVR) de Chávez y varios de sus aliados de la izquierda procedieron a fusionarse como Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Del proyecto de crear una formación única que aglutinara a todos los partidos progubernamentales se descolgaron tres aliados significativos, Podemos, Patria para Todos y el Partido Comunista. El revés para el presidente en esta apuesta fue mayor al decidir las dos primeras agrupaciones separarse del oficialismo para luego pasarse a la oposición, aunque los comunistas siguieron formando parte de la coalición chavista Polo Patriótico. El cisma político de la sociedad venezolana se prolongó e incluso se agudizó tras el fallido golpe de Estado de 2002. Un paro petrolero en PDVSA de dos meses de duración, devastador para la economía, desembocó en mayo de 2003 en un acuerdo entre el Gobierno y la Coordinadora Democrática de la oposición que sólo una esforzada mediación internacional fue capaz de arreglar. La tregua se desvaneció pronto y el país siguió sumido en una crispación con chispazos de violencia que volvieron a causar víctimas.
Infatigable y hasta cómodo en la pendencia permanente, Chávez, favorecido además por el despegue económico gracias al vertiginoso encarecimiento del petróleo, ganó sucesivamente el referéndum revocatorio de 2004 (forzado por la oposición con la presentación del número de firmas requerido por este instrumento constitucional), las legislativas de 2005 (con una mayoría de dos tercios, merced al miope boicot de una oposición coja de proyectos y liderazgo) y las presidenciales de 2006 (que le concedieron la reelección por otros seis años con un apabullante 63% de los votos, frente al 59% de 2000 y el 56% de 1998).
LA AMÉRICA BOLIVARIANA Y LA CAMPAÑA CONTRA ESTADOS UNIDOSPartiendo de sus excepcionales lazos con Cuba, donde los hermanos Castro hallaron en su admirador venezolano un socio estratégico de primer orden hasta el punto de confiar en él la sostenibilidad económica del régimen, y publicitándola con su sensacionalismo viajero y declarativo, Chávez comenzó a desarrollar una agenda en extremo ambiciosa que, cual ofensiva geopolítica, perseguía alterar la balanza del continente y construir una América bolivariana a espaldas de Estados Unidos. Enfrascada en sus guerras en Irak, Afganistán y contra Al Qaeda, la superpotencia, de hecho, facilitó los planes de Chávez y su nacionalismo inspirado en la obra de Simón Bolívar, el idolatrado Libertador. En 2004 Fidel Castro y Chávez, los cuales habían establecido un íntimo vínculo paternofilial, presentaron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), marco de integración con vocación hemisférica, más allá del ámbito sudamericano e incluso el latinoamericano, que era radicalmente político y estaba impregnado de la ideología antineoliberal y antiglobalista de sus creadores. La Bolivia de Evo Morales (2006), la Nicaragua de Daniel Ortega (2007), la Honduras de Mel Zelaya (2008) y el Ecuador de Rafael Correa (2009) fueron sucesivamente reclutados para el ALBA, desde 2006 inseparable del Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), formulado por La Paz.
Para hacerlo tangible, Chávez, hiperactivo, dotó a este foro de una pléyade de consorcios interestatales, algunos muy exitosos, donde Venezuela se reservaba la voz cantante y que tenían la virtud de atraer a países, como la República Dominicana, no miembros del ALBA-TCP aunque conscientes de sus ventajas prácticas: en su extrema generosidad, Chávez ofrecía fondos al desarrollo, créditos a intereses simbólicos y petróleo a precios muy por debajo de los del mercado, prácticamente "regalado", gruñía la oposición. Surgieron así Petrosur, Petrocaribe, Petroandina -concebidas como tres iniciativas subregionales de integración energética para conformar la llamada Petroamérica-, TeleSUR, el Banco del Sur, Opegasur y el proyecto del Gran Gasoducto del Sur, por citar sólo los más importantes instrumentos de esta vasta red cooperativa, cuyo principio básico era la solidaridad. Por otro lado, la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) en 2007 y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sucesora del Grupo de Río, en 2011 echaron a andar en sendas cumbres que tuvieron como anfitrión a Chávez, el cual veía a estos organismos como los complementos necesarios del ALBA dentro de una integración latinoamericano-caribeña de geometría variable. La emergencia del ALBA, la UNASUR y la CELAC restó influencia y protagonismo a la Cumbre Iberoamericana y a la propia OEA.
Al mismo tiempo, Chávez cultivó otro alineamiento estratégico con el Brasil de Lula da Silva y la Argentina de Néstor Kirchner, convergencia que para Venezuela supuso renegar de la Comunidad Andina y apostar por el MERCOSUR, aunque la plena adhesión a este bloque aduanero quedó pospuesta por las reticencias de los congresos brasileño y paraguayo. El común rechazo del ALBA y el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires a las pretensiones librecambistas de Estados Unidos echó a pique el ALCA, el proyecto de desarme arancelario concebido por Washington para todo el continente. Ahora bien, los diferentes intereses nacionales en cuestiones complejas como el suministro de gas arrojaron algunos disensos en este círculo regional de amigos. El propio Chávez tuvo sus roces con Lula porque el gigante brasileño, la gran potencia emergente de América del Sur y visto desde fuera como el verdadero líder regional, apostaba por los biocombustibles mientras que él fundaba toda su estrategia en los hidrocarburos.
Muy numerosas fueron las broncas y las crisis con varios gobiernos que no comulgaban con el pensamiento bolivariano y las consignas neosocialistas. Los respectivos tratados de libre comercio bilaterales con Estados Unidos así como las "injerencias" del venezolano en los procesos electorales pusieron trasfondo a las tarascadas de Chávez con sus homólogos de México (Vicente Fox), Perú (Alejandro Toledo y Alan García) y Colombia (Álvaro Uribe). Con este último país, en el zigzag de rupturas y reconciliaciones pesaron sobre todo los atribuidos vínculos de Chávez con la narcoguerrilla de las FARC así como la cooperación militar de Bogotá con Estados Unidos, denunciada por Caracas como un verdadero casus belli. En 2008 y 2009, las tensiones entre Venezuela y Colombia, dos países vecinos y hermanos, llevaron a Chávez a ordenar la movilización de tropas en la frontera. En 2010 se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas. Luego, las aguas se calmaron, la reconciliación llegó y en 2012 el nuevo presidente colombiano, Juan Manuel Santos, aceptó gustoso a Venezuela como garante del proceso de paz abierto con las FARC.
Lo cierto fue que desde la aparición del ALBA, la influencia de Chávez condicionó campañas electorales y gestiones de gobierno de toda América al sur del río Grande, donde los más variados dirigentes políticos, antes o después, se veían obligados a tomar postura con respecto a él. En 2009, el golpe de Estado derechista contra Zelaya en Honduras, que Chávez no pudo revertir, produjo la primera baja en el bloque bolivariano, apeado del cenit que había alcanzado. En junio de 2012, la polémica destitución exprés de Fernando Lugo en Paraguay se tradujo en la pérdida de otro gobierno amigo. En 2010 falleció el argentino Kirchner, pero su viuda, Cristina Fernández, mantuvo la excelencia de la asociación bilateral y de hecho ahondó la cálida relación de amistad con Chávez. Ese mismo año, la llegada al poder en Uruguay del socialista José Mujica, aunque no supuso la captación de un nuevo miembro oficial, fue aplaudida por el bloque bolivariano.
Buena parte del discurso y la praxis de Chávez giraron en torno a Estados Unidos, a cuyo Gobierno, en más que sospechosos tratos con los golpistas de 2002, identificó como la principal amenaza para la seguridad nacional. El desafío constante a Washington incluyó el vituperio a George Bush, literalmente satanizado por el venezolano ("el Diablo estuvo aquí", dijo de él en la ONU en 2006), el sabotaje sistemático a su vieja hegemonía, ya de capa caída, en América Latina y la búsqueda activa de cuantos tratos y compadreos fuera del continente pudieran molestar al "imperio yanki y sus lacayos".
En su determinación de demoler el esquema estadounidense de "dominación, explotación y saqueo a los pueblos", Chávez firmó sustanciosos convenios comerciales con China, realizó masivas compras de armamento a Rusia (a la que pidió también, antes de desechar la idea en el escenario post Fukushima, asistencia para construir una central nuclear) y forjó una provocadora "alianza antiimperialista" con el Irán de Mahmoud Ahmadinejad, con intercambio mutuo de piropos. No contento con ello, el mandatario acudió a reunirse con la mayoría de los autócratas del mundo mal encarados con Occidente, como el irakí Saddam Hussein, el zimbabwo Mugabe, el sudanés Bashir y el bielorruso Lukashenko. Ya en 2011, en plenas revueltas árabes, Chávez no dudó en respaldar al libio Gaddafi y al sirio Assad, unos dictadores sin escrúpulos responsables de sangrientas represiones internas.
A pesar de las amenazas, Chávez no llegó a cortarle a la Administración Bush las exportaciones petroleras porque el principal perjudicado de ese embargo habría sido con diferencia su país. Pese a la importante diversificación y reorientación de las ventas de crudo iniciada en 1999, doce años después el mercado estadounidense seguía siendo el destino del 47% de los embarques venezolanos, una cuota aún muy voluminosa. Y no sólo eso: la explosión de la demanda interna de gasolina a precios irrisorios obligaba a Venezuela a recurrir a la importación masiva de combustible estadounidense. Las medidas diplomáticas no presentaban tantos inconvenientes y en 2008 el embajador en Caracas recibió la orden de expulsión. Con la llegada a la Casa Blanca del demócrata Obama, "el hombre negro" inicialmente respetado por Chávez, las relaciones experimentaron un cierto deshielo, pero en 2010 volvieron a congelarse con un nuevo boicot a los respectivos embajadores.
DE LA LUZ VERDE A LA REELECCIÓN INDEFINIDA A LA INCERTIDUMBRE ELECTORAL Y PERSONAL DE 2012 Tras su aplastante reelección en 2006 frente a un adversario opositor de poco fuste, Chávez obtuvo la tercera Ley Habilitante para gobernar por decreto durante 18 meses y presentó una prolija reforma de la Carta Magna que debía permitirle aplicar los puntos pendientes de su breviario socialista. El cambio más controvertido afectaba a los mandatos presidenciales, que dejaban de tener limitaciones de número y ampliaban su duración de los seis a los siete años. Por muy poco, los dos bloques de 69 enmiendas constitucionales resultaron derrotados en el referéndum de diciembre de 2007. Chávez, resuelto a perpetuarse en el poder, encajó con gran acritud su primer bofetón electoral, pero un año más tarde volvió a la carga, convocando un nuevo referéndum para dirimir solamente el punto de la reelección indefinida cada seis años. La consulta tuvo lugar en febrero de 2009 y esta vez se impuso el sí.
En las legislativas de 2010, segundo año de una nueva recesión económica ligada al drástico descenso de los precios del barril de crudo (desde los 145 dólares en julio de 2008 a los 35 en enero 2009, aunque luego volvieron a dispararse) y con la inflación (nunca de un dígito en la era Chávez) rayana en el 30% anual, el binomio PSUV-PCV perdió la mayoría cualificada de dos tercios ante el avance de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), si bien retuvo la mayoría absoluta, suficiente para otorgar a su jefe una cuarta Ley Habilitante. 2007-2010 fue también un período rico en medidas ejecutivas e iniciativas legales enfocadas en los medios de comunicación privados con una línea editorial hostil al Gobierno, que sufrieron un chaparrón de sanciones, cierres (RCTV) y apropiaciones accionariales (Globovisión). Estas acciones fueron en perjuicio del pluralismo informativo con que se miden las democracias .
Al comenzar su duodécimo año en Miraflores, y convertido ya en el presidente en ejercicio más veterano de América, Chávez tendía a obviar o minimizar muchos de los problemas que afectaban a Venezuela. Entre estos estaban el crónico recalentamiento de los precios, la fuga de capitales, el aumento de la deuda externa, el abultado déficit fiscal, el desabastecimiento de alimentos, los cortes en el suministro eléctrico por la falta de inversiones, la escasez –tremenda paradoja- de gasolina debido a la insuficiencia de refinerías y al desmedido contrabando, y, sobre todo, la ola sin precedentes de violencia delictiva. La desastrosa situación de la seguridad ciudadana era probablemente el mayor baldón del balance presidencial.
En cambio, el oficialismo prefería destacar los progresos, innegables, en la redistribución de la renta nacional, la fuerte reducción de las desigualdades y la pobreza, el acceso por miles de venezolanos humildes a viviendas dignas entregadas por el Estado, la campaña de alfabetización, los programas alimentarios y sanitarios, y el retroceso del paro. De todo ello se ocupaban las genéricamente conocidas como Misiones Bolivarianas, cuyo nuevo pilar eran las Grandes Misiones. Los combustibles, aunque racionados en algunos lugares, estaban ampliamente subvencionados por el Estado y sus precios seguían siendo insólitamente bajos, al borde de la gratuidad. Aunque no siempre se podía conseguir gasolina cuando se necesitaba, el litro sólo costaba, al tipo de cambio oficial, 0,097 bolívares, es decir, 1 céntimo de euro. Sin embargo, en todos estos años, pese a beneficiarse del mayor boom petrolero de su historia por la cotización estratosférica de la materia prima y la depreciación del bolívar, la ondulante economía venezolana, llena de ineficiencias, creció de media menos que las principales economías del entorno y no mejoró la diversificación de su estructura productiva, más dominada que nunca por los hidrocarburos, pudiéndose hablar de un PIB monoexportador. En este cuadro de grandes contrastes, el tipo de cambio del bolívar, fijado en 2003, fortalecido en 2008 y sucesivamente devaluado entre 2010 y 2013, demostró ser un arma de doble filo.
En junio de 2011 Chávez fue operado por primera vez de una dolencia cuya naturaleza el Gobierno no pudo ocultar: el presidente tenía cáncer, detectado en la pelvis. Durante casi un año, el líder bolivariano estuvo yendo y viniendo de Cuba para someterse a nuevas cirugías y a sesiones de quimio y radioterapia. Inasequible al desaliento y con el tratamiento de la enfermedad marcándole el físico, Chávez no sólo se proclamaba listo para competir en las presidenciales de 2012, sino que certificaba su deseo de gobernar "hasta el 2031". Sin embargo, las dudas sobre la gravedad del mal que padecía, la ausencia de un heredero señalado y la definición en el campo opositor, por primera vez, de un candidato que no se dejaba hacer sombra y que articuló un proyecto alternativo, el centrista Henrique Capriles Radonski, arrojaron mucha incertidumbre a las votaciones del 7 de octubre, posiblemente las más cruciales en la historia reciente de América Latina.
Entre mayo y julio de 2012 Chávez recobró la iniciativa: se declaró "totalmente libre" del cáncer, inscribió su candidatura reeleccionista arropado por cientos de miles de partidarios por cuenta del Gran Polo Patriótico y volvió a viajar al exterior, a la vez que obtenía, por fin, el ingreso de Venezuela en el MERCOSUR, regalo inesperado de la crisis paraguaya. Las encuestas le favorecían ampliamente, pero la convalecencia pasaba factura y el mandatario debía restringir su agenda pública. Valiéndose de la televisión, su medio favorito, Chávez pidió el voto para hacer "irreversible" la revolución y ninguneó a Capriles, retratado como "la nada". En agosto, empero, el candidato de la MUD empezó a ganar terreno, tendencia que empujó al oficialista a fustigarle con insultos desacreditadores, intentando atraerle a un cuerpo a cuerpo dialéctico. En las semanas y días previos a los comicios, la ambigüedad de los sondeos, la gran capacidad de convocatoria de Capriles y el asesinato de tres militantes de la MUD contribuyeron a reforzar las expectativas opositoras y generaron inquietud en el chavismo. El 2 de octubre el presidente convocó a los suyos a una "ofensiva final" para inundar Caracas con una "avalancha bolivariana" y un "huracán de la patria". Cinco días después, Chávez le sacó once puntos a Capriles, quien reconoció al punto su derrota. Aún debilitado por la enfermedad, el presidente seguía gozando de un carisma imbatible.
AUSENCIA EN LA JURA, DESIGNACIÓN DE MADURO Y MUERTE DE CHÁVEZ La reelección de octubre de 2012 con el 55% de los votos fue el canto del cisne de un estadista que hasta el año anterior había hecho gala de una vitalidad inagotable. Nada más ser proclamado vencedor oficial, el mandatario nombró vicepresidente al entonces canciller, Nicolás Maduro Moros, un lugarteniente fidelísimo y de la máxima confianza. A finales de noviembre Chávez retornó a Cuba para un "tratamiento especial" y el 7 de diciembre estuvo de vuelta en Caracas, pero en la jornada siguiente anunció una recurrencia del cáncer, su regreso a La Habana para ser intervenido y la designación de Maduro como su sucesor. Esta fue la última aparición pública de Chávez, cuya dolencia era irreversible. En las semanas siguientes, las restricciones informativas y los sombríos comunicados oficiales sobre el "duro" postoperatorio y las "complicaciones" que estaban surgiendo alimentaron una guerra de rumores y mensajes cruzados que mantuvo a la población en vilo. La ausencia del presidente exacerbó el culto a su personalidad.
El 10 de enero de 2013 Chávez, que seguía sin dar señales físicas de vida, no pudo jurar su cargo ante la Asamblea Nacional, tal como estipulaba la Constitución, para el período ejecutivo 2013-2019, aunque los poderes del Estado convinieron en que podría hacerlo ante el Tribunal Supremo de Justicia posteriormente: su mandato sexenal se iniciaba de todas maneras y sin descargo de funciones. Al comenzar febrero se habló de "recuperación" y el 15 de ese mes el Gobierno divulgó unas fotos donde podía verse al presidente postrado, pero consciente y sonriente, junto a sus hijas. En ese momento, Chávez respiraba a través de un tubo de traqueotomía y apenas podía hablar. El 18 de febrero el dirigente difundió en Twitter su regreso a Caracas para continuar la quimioterapia en casa. Su último tweet decía: "Sigo aferrado a Cristo y confiado en mis médicos y enfermeras. Hasta la victoria siempre!! Viviremos y venceremos!!!". Días después, Chávez celebró desde la cama en el Hospital Militar de Caracas una "sesión de trabajo" con la plana mayor de su Gobierno. Maduro confirmó que el presidente, comunicándose por escrito, seguía "al mando". Pero el tiempo se acababa. El 4 de marzo el paciente contrajo una "nueva y severa infección respiratoria" y en la tarde de la jornada siguiente un compungido Maduro, en adelante "presidente encargado" de la República, anunciaba a la nación el luctuoso desenlace.
(Texto actualizado hasta marzo 2013)
1. Un oficial del Ejército sedicioso y regeneracionista
2. Traslado del proyecto político bolivariano al frente civil
3. Arribo espectacular al poder por la vía electoral en 1999
4. Instauración de la República Bolivariana y primera reelección presidencial
5. Resuelto activismo exterior y excepcionales relaciones con Cuba
6. Sucesión de contestaciones internas y auge de la oposición
7. La crisis de abril de 2002: derrocamiento, contragolpe y restauración del chavismo
8. Prolongación del cisma político y social e inclemencias económicas
9. La batalla del referéndum revocatorio en 2004 y las legislativas de 2005
10. La ofensiva internacional de Chávez: el ALBA, la baza del petróleo y las alianzas estratégicas con Brasil y Argentina
11. La cruzada contra Bush como epítome del enfrentamiento con Estados Unidos
12. Entrada en el MERCOSUR y captación de nuevos aliados: Irán, Bolivia, Ecuador y Nicaragua
13. Despegue económico y triunfal segunda reelección en 2006
14. Se acelera la revolución: nacionalizaciones, construcción de un partido socialista y deriva autocrática
15. Nuevos desencuentros diplomáticos en América Latina: México, Perú y Colombia
16. Los referendos constitucionales de 2007 y 2009; la controversia sobre el mandato indefinido
17. Un doble reto político y personal: el tratamiento contra el cáncer y las presidenciales de 2012
18. Recaída en la enfermedad y fallecimiento en 2013
1. Un oficial del Ejército sedicioso y regeneracionista
El segundo de los seis hijos de un matrimonio de maestros rurales de ascendencia zambo-mestiza y con escasos recursos económicos, los señores Hugo de los Reyes Chávez y Elena Frías (quien era nieta del célebre bandolero revolucionario Pedro Pérez Delgado, alias Maisanta), cursó los estudios primarios en el Grupo Escolar Julián Pino de su Sabaneta natal y los secundarios en el Liceo Daniel Florencio O'Leary de la capital del estado, Barinas. Muchacho inquieto y espabilado, manifestó habilidades deportivas, como jugador de béisbol y sofbol, y artísticas, como autor de pequeños relatos, poemas y dramas teatrales. En la escuela mostró vivo interés por la vida, la ideología y los escritos del Libertador Simón Bolívar, punto de partida de una devoción icónica que es la piedra angular de una de las carreras militares y políticas más arrolladoras en la historia de América Latina. También, bajo la influencia de su muy católica madre, que se lo imaginaba ordenado sacerdote, ejerció de monaguillo en Sabaneta. Sin embargo, el joven quería seguir formándose a la vez que labrarse una profesión en la milicia.
En 1971, con 17 años, una vez obtenido el título de bachiller en Ciencias, comenzó estudios superiores en la Academia Militar de Venezuela. En las aulas castrenses, tomando como referencias las experiencias militar-revolucionarias de los generales Omar Torrijos en Panamá y Juan Velasco Alvarado en Perú (a quién conoció personalmente en 1974, cuando, viajando en compañía de un grupo de cadetes de la Academia, asistió en la nación andina a los actos del 150º aniversario de la batalla de Ayacucho), desarrolló una perspectiva crítica de la realidad latinoamericana del momento y fue perfilando un pensamiento de corte nacionalista y socialista. Era la génesis de una ideología sui géneris que él denominó "bolivariana", la cual, teniendo como núcleo la filosofía y los ideales del prócer de la independencia nacional, se enriquecía con nociones tomadas del guevarismo, el castrismo cubano, el velasquismo peruano y el allendismo chileno, amén de los escritos del historiador marxista venezolano Federico Brito Figueroa. Incluso la figura de Jesucristo inspiraba a este profundo creyente, quien una vez instalado en el poder iba a definir al Mesías cristiano como "el primer socialista" de la historia.
En julio de 1975 Chávez terminó sus estudios con la licenciatura en Ciencias y Artes Militares, especialidad de Comunicaciones Terrestres, y con el grado de subteniente. Fue el octavo de una promoción de 75 cadetes. Comenzaban para él 17 años de servicio activo en el Ejército venezolano, siendo su primer destino el mando de un pelotón de comunicaciones asignado al Batallón de cazadores de montaña Manuel Cedeño, una unidad con cuartel en Cumaná, en el oriente caribeño, y que estaba movilizada en el combate a las subversiones armadas que entonces hostigaban, con bien escasa efectividad, al Gobierno democrático del presidente Carlos Andrés Pérez Rodríguez, en concreto los frentes marxista y maoísta de Bandera Roja y el también comunista Partido de la Revolución Venezolana. Paradójicamente, quien defendía al Estado con el uniforme de soldado podía simpatizar con las motivaciones, menos con el sustrato ideológico leninista, de estas insurgencias ultraizquierdistas. El caso era que los comportamientos corruptos y negligentes que observaba en la Fuerza Armada Nacional le disgustaban profundamente.
En 1977, tras recibir capacitación en la Escuela de Comunicación y Electrónica de la Fuerza Armada, obtuvo nombramiento como oficial de comunicaciones en el Centro de Operaciones Tácticas (COT) sito en San Mateo, estado de Anzoátegui. Fue el año en que contrajo matrimonio con una paisana de Sabaneta, Nancy Colmenares, maestra infantil de profesión; en los 15 años que duró su vínculo conyugal la pareja iba a tener tres hijos, Rosa Virginia, María Gabriela y Hugo Rafael. En el COT, Chávez recibió adiestramiento en tácticas de guerra contrainsurgente y psicológica, lo que requería familiarizarse con la literatura revolucionaria que propagaban los grupos rebeldes. No por casualidad, fue ahora cuando el teniente veinteañero acometió su primer intento de organizar un movimiento doctrinal en el seno de la institución armada, lo que entraba en contradicción con el estatus apolítico de los militares. Se trataba del Ejército de Liberación del Pueblo de Venezuela (ELPV), grandilocuente denominación de lo que no era más que una célula integrada por un puñado de oficiales camaradas que compartían sus preocupaciones por la situación de la Fuerza Armada y en el general por el curso político del país.
Mientras en secreto celebraba reuniones de contenido político que le exponían a ser sancionado y hasta expulsado del Ejército, Chávez fue enriqueciendo una notable hoja de servicios, digna de un soldado profesional altamente cualificado. En 1978 sirvió como oficial tanquista en el Batallón Blindado Bravos de Apure, acuartelado en Maracay, cuya comandancia asumió posteriormente, poniendo bajo sus órdenes a una treintena de carros de combate del modelo AMX-30 con sus respectivas dotaciones. En 1980 fue comisionado en la Academia Militar de Venezuela, donde en los cuatro años siguientes se desempeñó sucesivamente como jefe del Departamento de Educación Física, jefe del Departamento de Cultura y comandante fundador de la Compañía José Antonio Páez. En todo este tiempo, no dejó Chávez de jugar al béisbol y el sofbol en campeonatos y ligas tanto militares como civiles, ni de de escribir literatura en prosa y en verso. De su pluma surgieron títulos como Vuelvan caras, Mauricio y El genio y el centauro, siendo esta última una obra de dramaturgia que en 1987 ganó el tercer premio de un certamen convocado por el Teatro Histórico Nacional. Tenía maña incluso para las artes plásticas, como atestigua la escultura Sombra de Guerra en el Golfo, modelada en 1980 e inspirada por el conflicto bélico entre Irán e Irak.
Con todo, era la política de enfoque militar lo que más le estimulaba. Sus convicciones nacionalistas le empujaron a fundar el 17 de diciembre de 1982, junto con otros oficiales del Ejército de Tierra y a partir de la experiencia del ELPV, el Ejército Bolivariano Revolucionario 200 (EBR-200); el dígito aludía al bicentenario del Libertador, nacido en 1783. El EBR-200 nacía como un grupo de reflexión y agitación en el que jóvenes oficiales se reunían "para estudiar el pensamiento de Simón Bolívar y discutir sobre la situación del país", según explicaba el propio colectivo. Los oficiales bolivarianos rehusaron la clandestinidad y se presentaron a cara descubierta. Aunque aseguraban no albergar ambiciones de poder político, sino la pretensión de dignificar la milicia y de combatir la corrupción e ineptitud de unos gobiernos civiles proclives a dilapidar los ingentes ingresos del petróleo sin hacer verdadera justicia social, lo cierto era que hacían proselitismo en los cuarteles y que denunciaban con virulencia la presunta venalidad de la cúpula castrense.
Por aquel entonces regía la Administración presidencial de Luis Herrera Campins, del partido socialcristiano COPEI, agrupación conservadora que para Chávez no era ni mejor ni peor que su rival socialdemócrata, la Acción Democrática (AD) de Carlos Andrés Pérez, sino coartífice de un sistema bipartidista democrático pero excluyente que cada vez le disgustaba más. Precisamente, activo militante del COPEI (aunque antes lo había sido de AD) era su propio padre, don Hugo, quien se convirtió en director de programas educativos en el estado de Barinas, punto de arranque que fue de su propia carrera política. Aunque con ideas contrapuestas, los deudos tocayos nunca iban a permitir que la política se interpusiera en las relaciones familiares; transcurridas dos décadas, una vez llegado a presidente de la República, el hijo arrastraría al padre a su campo ideológico.
Por el momento, la actividad parapolítica de Chávez no debía de causar alarma a sus superiores, que en 1985, tras realizar un cursillo en la Academia Militar, le confiaron la comandancia del Escuadrón de Caballería Francisco Farfán, en Elorza, estado de Apure, y un año más tarde la comandancia del recién creado Núcleo Cívico-Militar del Desarrollo Fronterizo Arauca-Meta. Más aún, en 1988, luciendo el rango de capitán, Chávez fue nombrado jefe de Auxiliares del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa y tomó despacho en el palacio presidencial de Miraflores, cuyo inquilino jefe era, cumpliendo el penúltimo año de su mandato, el adeco Jaime Lusinchi. Ese año, además, asistió en Guatemala a un Curso Internacional de Guerras Políticas.
Chávez fue confirmado en este cargo de oficina tras la toma de posesión el 2 de febrero de 1989 de Carlos Andrés Pérez, que había ganado en las urnas su segundo mandato presidencial. Una vez instalado en Miraflores, Pérez, en un intento de atajar la aguda crisis de la deuda externa en un contexto de bajos ingresos petroleros, decretó un draconiano plan de ajuste de corte neoliberal y fondomonetarista que provocó un colérico estallido social con epicentro en Caracas. Turbas de incontrolados, en muchos casos pobres a los que la liberalización de los precios había puesto en una situación límite, se lanzaron al asalto y saqueo de cuantos comercios tuvieron a su alcance, sobre todo en las barriadas populares. Las algaradas se extendieron rápidamente a otras ciudades del país y, al amparo del estado de emergencia, tuvo lugar la intervención del Ejército, que disparó a mansalva contra los revoltosos. El tristemente célebre Caracazo se saldó con cientos de muertos e incontables pérdidas materiales, y, aunque las violencias terminaron, los rescoldos del enojo popular continuaron activos.
Chávez y sus compañeros, hombres jóvenes o de mediana edad que se habían destacado entre los más brillantes de sus promociones y que representaban a una escala de mandos intermedios, de capitán a teniente coronel, comprendieron la oportunidad que les brindaba este ambiente de profundo descontento, dirigido no ya contra el Gobierno de turno, fuera adeco o copeyano, sino contra la clase política tradicional en su conjunto. Lo que estaba en crisis era el mismo sistema político fundado por el Pacto de Punto Fijo de 1958, cuando la AD, el COPEI y la actualmente eclipsada Unión Republicana Democrática (URD) sentaron las bases del nuevo orden democrático tras la caída del último dictador militar, el general Marcos Pérez Jiménez.
El capitán Chávez debió de realizar algún movimiento sospechoso, ya que en diciembre de 1989 fue arrestado junto con otros oficiales acusado de conspirar contra la República y de planear el asesinato de las altas autoridades del Estado. Liberado rápidamente por falta de pruebas, fue sin embargo apartado del servicio en Miraflores. A comienzos de 1990 sus superiores le alejaron de Caracas dándole un destino de oficial para asuntos civiles en la Brigada de Cazadores de la guarnición de Maturín, en Monagas. Por otro lado, no vieron inconveniente en que realizara un máster en Ciencias Políticas en la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Siempre preocupado por absorber conocimientos teóricos, Chávez inició esta formación, pero, limitado por sus obligaciones militares, dejó la tesis pendiente de defender y por lo tanto no recibió el título.
En julio de 1991, luego de terminar un curso de Comando y Estado Mayor en la Escuela Superior del Ejército, Chávez fue ascendido a teniente coronel y asumió el mando del Batallón de Paracaidistas Coronel Antonio Nicolás Briceño, con base en Maracay. Estar al frente de esta unidad militar de élite y en un acuartelamiento próximo a Caracas facilitaba la ejecución de sus planes, que eran abiertamente sediciosos. El EBR-200 ya había sido renombrado como MBR-200 mediante la sustitución del término ejército por el de movimiento, lo que sugería la incorporación de elementos civiles a una trama que hasta ahora había sido puramente militar. Chávez y sus compañeros decidieron ejecutar su plan secreto, codificado como Operación Ezequiel Zamora, que no era otro que la toma del poder ejecutivo nacional en un audaz y sorpresivo golpe de Estado. El teniente coronel se erigió en comandante en jefe de la operación militar, en la que se involucraron más de 2.000 uniformados entre oficiales, suboficiales y tropa pertenecientes a diversas unidades del Ejército, y también puso la mente intelectual, como el autor de dos documentos programáticos que debían guiar la actuación de la futura junta golpista: el Proyecto de Gobierno de Transición y el Anteproyecto Nacional Simón Bolívar.
En la noche del 3 al 4 de de febrero de 1992 unos 300 efectivos de élite del batallón paracaidista de Chávez se trasladaron a Caracas y tomaron posiciones en los alrededores de la residencia presidencial de La Casona y la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda, popularmente llamada La Carlota, mientras que otras unidades sediciosas se hicieron con el control de centros neurálgicos en Maracaibo, Maracay y Valencia. Tras unas horas de confusión y entablados los primeros tiroteos entre soldados rebeldes y leales, Pérez, por cuya integridad física se temió en un principio, ya que el sobresalto le pilló justo cuando regresaba de una reunión del Foro de Davos y en el trayecto desde el aeropuerto podía ser interceptado por los facciosos, recondujo resueltamente la situación desde el Palacio de Miraflores. En la madrugada del martes 4 el presidente se dirigió a la nación por la televisión, sorprendentemente no intervenida por los golpistas, para anunciar el fracaso del levantamiento y la lealtad al orden constitucional manifestada por el Alto Mando de la Fuerza Armada.
Pocas horas después, el propio Chávez, tocado con boina roja y vistiendo el uniforme de camuflaje de los paracaidistas, comparecía ante una nube de cámaras y micrófonos y con tono sereno exhortó a sus hombres con estas palabras: "Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, es decir, nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder (…) ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar, y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor (…) por favor, reflexionen y depongan las armas, porque ya en verdad los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos (…) yo, ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano".
La intentona golpista de Chávez, sin precedentes en 34 años de historia democrática de Venezuela, se saldó con 19 muertos y un millar de detenidos, la mayoría soldados y reclutas, los cuales, según afirmaron los medios de comunicación, fueron conducidos a engaño por un centenar largo de militares profesionales, los verdaderos autores del golpe. Aunque aplastada, la tentativa de derrocar a Pérez fue acogida con indisimulado júbilo por una parte considerable de la población, sobre todo entre las clases desfavorecidas, a pesar de que Chávez procedía del más completo anonimato y de que sus intenciones posgolpistas constituían un misterio más bien inquietante. En cuanto a su ideología bolivariana, mencionada de pasada y de la que nada de sabía, suscitó especulaciones sobre si bebía de la izquierda o si por el contrario encerraba un autoritarismo y un nacionalismo de derechas.
Ya llegaría el tiempo de conocer el pensamiento y el proyecto de país de un personaje que de la noche a la mañana se hizo famoso y popular. Por de pronto, nada más hacer su alocución mediática, Chávez fue detenido y encarcelado en un anexo de la prisión de Yare. Contra él incoó proceso criminal un tribunal militar caraqueño por el delito de rebeldía, imputación relativamente benigna toda vez que el movimiento de febrero había sido un verdadero intento de golpe de Estado. Lo cierto era que el Gobierno de AD había salido muy debilitado de la crisis y no se encontraba en situación de hacer un escarmiento ejemplar con los militares del MBR-200. En suma, quedaba descartado un juicio sumarísimo a Chávez y sus camaradas. El COPEI siguió atacando duramente la gestión económica y social del presidente mientras crecía la sensación de una corrupción a gran escala en las instancias del poder.
2. Traslado del proyecto político bolivariano al frente civil
Mientras su denostado Pérez afrontaba acusaciones de corrupción que no iban a tardar en abismar su carrera política, Chávez, desde su celda de Yare, suscribió un manifiesto titulado Cómo salir del laberinto. Formulación del Proyecto Político Bolivariano Simón Bolívar. El texto pretendía explicar la naturaleza del bolivarianismo, pero la singular doctrina, más allá de una serie de tópicos regeneracionistas y antipuntofijistas, siguió sin ser clarificada. Es más, ciertas propuestas de reorganización política y social sugerían un corporativismo de resabios fascistas.
El 27 de noviembre de 1992 el reo fue testigo de una nueva rebelión protagonizada por sus compañeros uniformados, quienes bombardearon los edificios de las principales instituciones del poder político y durante unas horas tuvieron el control de acuartelamientos clave y de la casa de la televisión. Desde allí, los alzados retransmitieron un mensaje sedicioso de Chávez, alimentando la percepción de que la intentona en curso era un epílogo superior en fuerza del movimiento abortado en febrero. Con posterioridad a los hechos se supo que los golpistas habían intentado liberar a Chávez. Esta asonada revistió más peligro para Pérez, ya que la lideraron oficiales de mayor graduación, en particular los contraalmirantes Hernán Grüber Odremán y Luis Enrique Cabrera Aguirre y el general del Aire Efraín Francisco Visconti Osorio, e involucró a las tres fuerzas armadas y a la Guardia Nacional. Además, en la misma estuvieron implicados elementos civiles de los partidos políticos Bandera Roja y Tercer Camino. Unos y otros actuaron coordinados bajo el marchamo de Movimiento Cívico Militar 5 de Julio, con el contralmirante Grüber como responsable en jefe.
El día 28, un centenar de militares rebeldes, encabezados por el general Visconti, escapó a Perú, mientras que otros muchos fueron desarmados y detenidos por fuerzas leales al orden establecido. El Gobierno reconoció 171 muertos en los combates (aunque balances extraoficiales elevaron la cifra a los tres centenares), mientras que la OEA y la comunidad internacional expresaron su rotunda condena a la nueva irrupción castrense. El segundo sobresalto militar de 1992 fracasó en su propósito de mudar violentamente la titularidad del poder, pero tuvo muy serias consecuencias políticas: la popularidad del teniente coronel de paracaidistas, que como estaba encarcelado no podía ser acusado otra vez de rebelión, se disparó, mientras que Pérez se hundió en el descrédito.
En el terreno personal, la estancia en prisión de Chávez perjudicó su matrimonio con Nancy Colmenares, que ya vendría resintiéndose por la relación adúltera de él con la profesora de Historia Herma Marksman, con la que habría iniciado relaciones hacia 1984. Obtenido el divorcio de Colmenares y terminado también el vínculo sentimental con Marksman, Chávez iba a contraer segundas nupcias en 1997, en pleno trajín de su incipiente carrera política, con la periodista Marisabel Rodríguez Oropeza, quien un año más tarde le daría su tercera hija, Rosa Inés. Ella ya tenía un hijo, Raúl, fruto de un anterior matrimonio.
El 26 de marzo de 1994, menos de un año después de producirse la destitución de Pérez por el Congreso bajo la acusación de malversación de fondos, el nuevo presidente de la República, el veterano estadista Rafael Caldera Rodríguez (quien había ganado en las urnas su segundo mandato presidencial como candidato no del COPEI, la fuerza política por él fundada medio siglo atrás, sino del partido Convergencia), firmó el sobreseimiento del caso del militar rebelde. A cambio de la libertad sin cargos, a Chávez se le exigió su baja del Ejército por la obvia incompatibilidad que entrañaba portar el uniforme y exhibir actitudes contrarias a las instituciones del Estado.
La indulgencia con el oficial que dos años atrás había atentado contra el orden constitucional y causado con su golpe de fuerza víctimas mortales fue máxima. Además, al ser obligado a abandonar la milicia, Chávez recibía vía libre para desarrollar todo su activismo político en el ámbito civil y desde la más rigurosa legalidad. Antes de terminar el año, el 13 de diciembre, se desplazó a Cuba, donde fue recibido con todos los honores por Fidel Castro, quien le elogió como un discípulo aventajado de Bolívar y José Martí. Paradójicamente, Castro había condenado la intentona de febrero de 1992 contra Pérez, al que entonces seguía considerando un estadista amigo. Esta visita de Chávez a la isla marcó el inicio de una relación personal extremadamente cálida y de una alianza política que con los años iba a alcanzar un calado estratégico de enorme magnitud, sobre todo para Cuba. En mayo de 1995 el venezolano se inscribió en Montevideo en el conocido como Foro de Sao Paulo (FSP), un marco de encuentro de partidos y organizaciones de izquierda de América Latina y el Caribe montado en 1990 por Castro y el socialista brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
Lejos de mostrar gratitud a Caldera, al que no consideraba diferente del resto de los políticos tradicionales, y de refrenar su tendencia oposicionista, Chávez se dedicó de inmediato a contactar con sus antiguos camaradas del movimiento de 1992, destacando entre todos Diosdado Cabello Rondón, futura mano derecha del Chávez presidente, y con políticos profesionales de trayectoria izquierdista que simpatizaban con el bolivarianismo, como el veterano Luis Miquilena Hernández, para formar un frente político concentrado en un objetivo fundamental: derrocar a la vieja clase partidista, que el común de los venezolanos identificaba con los abusos cleptocráticos y los despilfarros que habían dilapidado los ingentes ingresos obtenidos en los años del boom petrolero y, en general, las vacas gordas de las exportaciones primarias de un país regalado con vastos recursos naturales.
Chávez y su círculo estaban decididos a laminar las viejas siglas (AD, COPEI) y las nuevas pero animadas por viejos rostros (Convergencia), aunque esta vez no por la vía insurreccional, sino usando los instrumentos democráticos y electorales que el mismo sistema que fustigaban ponía a su disposición. De este proceso de conciliábulos y asambleas surgió en 1997 el Movimiento V República (MVR), suerte de versión civil del MBR-200 que recogía y actualizaba su programa de cambios radicales. Como apoyo doctrinal a su proyecto político renovado, Chávez divulgó la Agenda Alternativa Bolivariana (AAB), la cual debía guiar la primera fase de la revolución que tenía en mente. El MVR prometía restaurar el "honor perdido de la nación", gestionar la explotación económica de la riqueza nacional de manera honrada y eficiente, en aras del interés social, y aplicar medidas eficaces contra la inseguridad ciudadana. Su mayor ambición era la reforma de la Carta Magna partiendo de la convocatoria de una Asamblea Constituyente.
Erigido en director general del MVR, Chávez recorrió el país con un discurso fieramente populista, pródigo en mensajes de tono redentorista y reiteradamente asido a los conceptos de misión y de servicio a la patria, tomando la figura de Simón Bolívar como un referente casi hagiográfico. Enarbolando un izquierdismo que todavía resultaba bastante nebuloso e incluso, para muchos observadores, dudoso, el movimiento chavista aspiraba a abrir una tercera vía en un subcontinente que ya había experimentado el estatismo de mayor o menor sesgo socialista y más recientemente, prácticamente sin excepciones en todos los países, el capitalismo neoliberal.
Chávez mismo dijo sentirse de izquierdas, pero también se definió como un católico devoto a quien la Biblia le inspiraba tanto como su idolatrado prócer de la independencia nacional. Podía encontrarse en el movimiento del antiguo teniente coronel venezolano, a falta de referencias doctrinales cercanas en el tiempo y de naturaleza cívico-democrática, algún eco de las experiencias terceristas de Torrijos en Panamá (1968-1981), Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), Juan José Torres en Bolivia (1970-1971) y Guillermo Rodríguez Lara en Ecuador (1972-1976), excepcionales en América Latina por adoptar unas posiciones nacionalistas, populistas y revolucionarias, pero carentes de una ideología articulada más allá de sus orientaciones imprecisamente izquierdistas, amén de autocráticas y violadoras de las libertades de principio a fin. El símil con Salvador Allende y el socialismo chileno de comienzos de los setenta parecía más peregrino. Otros observadores describían su estilo como neocaudillista, en alusión a otra forma de hacer política igualmente periclitada en la región y propensa a posiciones conservadoras.
Aunque al principio de su andadura política rehusó optar a cualquier mandato representativo para no legitimar un sistema que juzgaba caduco, Chávez inscribió a su partido en el registro electoral el 29 de abril de 1997 con la intención de concurrir en los procesos electorales en ciernes y librar la batalla con las formaciones tradicionales en su propio terreno. Los resultados de este envite iban a ser espectaculares.
En las elecciones legislativas del 8 de noviembre de 1998, el MVR, carente, más allá de un elenco de figuras experimentadas, de cuadros profesionales y de una maquinaria bien engrasada, se convirtió en el segundo partido del país al obtener 49 de los 189 escaños de la Cámara de Diputados y el 21,3% de los votos, sólo cuatro décimas menos que AD. El COPEI se hundió a la cuarta posición, mientras que la Convergencia del presidente Caldera, devastada por las medidas de choque aplicadas por el Gobierno para enfrentar la crisis económica, tuvo que conformarse con un testimonial 2,4% de los votos y tres diputados. El zarpazo del MVR estremeció el sistema político venezolano, pero la briosa irrupción de Chávez era la consecuencia, no la causa, de una crisis terminal que se nutría de situaciones como el auge imparable de la pobreza y las desigualdades sociales. En la elección a gobernador de Barinas, postulado por la alianza del MVR, el Movimiento al Socialismo (MAS) y Patria para Todos (PPT), salió elegido el padre de Chávez, que entonces contaba con 65 años.
3. Arribo espectacular al poder por la vía electoral en 1999
Chávez acudió a las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998 montado en una ola triunfalista, confiado en la enorme popularidad de que gozaba entre los numerosísimos desfavorecidos tras una década de políticas económicas de austeridad letales para el poder adquisitivo de las clases medias y bajas, y bien arropado por un Polo Patriótico en el que además del MVR estaban el MAS, el PPT, el Partido Comunista de Venezuela (PCV), el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) y otros cinco partidos menores, esto es, la izquierda en bloque.
Presentándose como un hombre del pueblo, de extracción social humilde, empleando un lenguaje colorista lleno de expresiones coloquiales y un estilo directo y cáustico, la puesta en escena de Chávez caló hondo en las masas populares esperanzadas con un cambio a mejor. Para sus detractores, aturdidos por tamaño éxito, Chávez era un burdo demagogo proclive al autoritarismo paramilitar y, dados sus antecedentes sediciosos, de pedigrí democrático más que dudoso. Sin embargo, cuando tenía que explicarse en un contexto más formal, el opositor sabía jugar las cartas de la moderación y la corrección. En una entrevista televisada, donde el periodista le dijo que su candidatura infundía "miedo" fuera y dentro del país, Chávez aseguro que si luego de salir elegido demostraba ser un presidente indigno, él no tendría inconveniente en someterse a la voluntad popular y marcharse antes de concluir el mandato.También, negó que un Gobierno suyo fuera a nacionalizar empresa alguna, invitó al capital internacional privado a invertir en el desarrollo de Venezuela y hasta respondió afirmativamente a la pregunta de si Cuba era "una dictadura", sólo que él respetaba el principio de autodeterminación de los pueblos y no quería ponerse a "juzgar".
Finalizada la más ruidosa campaña electoral en décadas de democracia venezolana, el carismático ex militar arrolló con el 56,2% de los votos válidos –que, contando la abstención, representaban el 33% del censo electoral- a sus dos únicos adversarios de cierto relieve, el economista conservador Henrique Salas Römer, quien contaba con los apoyos de AD y COPEI y que obtuvo el 39,9% de los sufragios, y la ex miss universo Irene Lailin Sáez Conde, que no llegó a las 200.000 papeletas.
El 2 de febrero de 1999 Chávez, con 44 años, tomó posesión de la Presidencia de la República para el quinquenio que terminaba en 2004 ante una nutrida representación de mandatarios regionales. Allí estaban entre otros el boliviano Hugo Banzer, el peruano Alberto Fujimori (un presidente autoritario y neoliberal de derechas que sin embargo encontró un amigo afectuoso en Chávez, quien no olvidaba el refugio concedido a los camaradas bolivarianos de la tentativa golpista de noviembre de 1992) y, no podía faltar, Fidel Castro, al que acababa de ver en La Habana, en su segundo viaje a la isla, dos semanas atrás. Castro felicitó efusivamente a Chávez y saludó su elección como un signo auspicioso para toda América Latina. El intercambio de cumplidos iba a prolongarse en los próximos meses y años, con Chávez retratando a Castro como un "campeón de las libertades" en el continente y el dictador cubano llamando al venezolano el "mayor demócrata de América". Para consternación de la clase política heredera del puntofijismo y para extrañeza de casi todo el mundo, a la ceremonia de investidura fue invitado nada menos que Marcos Pérez Jiménez, la bestia negra de los demócratas venezolanos de la segunda mitad del siglo, pero el octogenario dictador derechista, al que le quedaban dos años de vida, no interrumpió su residencia permanente en Madrid.
Tras añadir a la fórmula legal la apostilla "juro sobre esta moribunda Constitución", el flamante presidente pronunció un áspero discurso inaugural lleno de citas bolivarianas y de alusiones a la "catástrofe" en que estaba sumido el país. Durante la alocución, Chávez vindicó la rebelión militar de febrero de 1992 ("era inevitable como lo es la erupción de los volcanes") y arremetió contra Caldera, que acababa de transferirle la banda presidencial y le escuchaba compungido, y contra los diputados electos de la oposición. A continuación, prestaron juramento los ministros del Gobierno, un equipo heterogéneo de tecnócratas, académicos, políticos profesionales y antiguos militares cuyos nexos eran la fidelidad a Chávez y una orientación izquierdista más o menos definida en las filas de partidos como el MAS y el PPT. Destacaban las presencias, en Interior, de Miquilena, considerado a estas alturas el preceptor intelectual y el principal asesor de Chávez, al que además sucedió ahora como director general del MVR, y, en Exteriores, de José Vicente Rangel Vale, otro gran veterano de la política y tres veces candidato presidencial por el MAS (1973 y 1978) y por el PCV y el MEP (1983).
Una vez instalado en su despacho del Palacio de Miraflores, a Chávez le faltó tiempo para firmar su primer decreto, que no fue otro que el que llamaba a los venezolanos a referéndum para decidir sobre la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Si la consulta prosperaba, las consecuencias implícitas serían la abrogación de la Carta Magna de 1961 y la disolución del Congreso, donde los partidos del Polo Patriótico sólo reunían algo más de un tercio de los escaños. Se trataba, según él, de una inaplazable exigencia popular que había que asumir "con coraje y con valentía", ya que, como había afirmado en el discurso inaugural, "o le damos cauce a la revolución venezolana de este tiempo o la revolución nos pasa por encima".
Asimismo, Chávez reclamó al Legislativo la aprobación de una Ley Habilitante o de poderes especiales para permitir al Ejecutivo enfrentar el estado de "emergencia social" que sufría el país en los ámbitos de la salud, la vivienda y la educación, donde asomaban estadísticas propias de los países subdesarrollados, y anunció una campaña contra la evasión tributaria para reducir el abultado déficit fiscal, que alcanzaba los 9.000 millones de dólares, equivalente al 9% del PIB. La deuda externa era casi cuatro veces superior y, aunque existía la voluntad de pagarla, no podría asumirse sin una negociación estructural, advirtió el presidente. El caso era que todas las luces económicas estaban en rojo: la recesión arreciaba, la inflación superaba el 30% anual y el paro oficial marcaba el 12%, aunque el desempleo real era varios puntos mayor y el subempleo afectaba a la mitad de la población activa.
Abonando su atribuida fe en el tercerismo económico, que renegaba del neoliberalismo pero descartaba el intervencionismo de tipo socialista, Chávez propugnó "tanto Estado como sea necesario y tanto mercado como sea posible", sentencia que irradiaba pragmatismo. El mandatario añadió que los militares saldrían de los cuarteles para desempeñar tareas de apoyo a la población. Dicho y hecho, el 27 de febrero el Gobierno presentó el Plan Bolívar 2000, llamado a movilizar a alrededor de 40.000 soldados y voluntarios civiles en labores sociales como vacunaciones infantiles, distribución de alimentos, construcción de carreteras y facilitación de servicios educacionales. El plan puso las bases de lo que años más tarde iba a conocerse como las Misiones Bolivarianas. A través de las fases Propatria, Propaís y Pronación, el Plan Bolívar 2000 arrancó formalmente el 27 de febrero de 2000 como una estrategia, novedosa en Venezuela, para revertir las tendencias negativas en lo social y medioambiental. En cuanto a la política exterior, Chávez afirmó que aspiraba a sacar a Venezuela de su postración y a convertirla en la nueva abanderada continental, como lo había sido en los lejanos tiempos de El Libertador.
En la campaña electoral, Chávez había prometido emprender una drástica reforma de Petróleos de Venezuela, S. A. (PDVSA), el emporio estatal que aportaba el 80% de las exportaciones, el 40% de los ingresos del presupuesto nacional y el 27% del PIB, con el objeto de erradicar la mala gestión y las prácticas corruptas. Ahora bien, lo que se perseguía no era un saneamiento típicamente liberal susceptible de desembocar en una segmentación o privatización, sino precisamente lo contrario: hacer más eficiente el funcionamiento de una empresa clave para fortalecer su aportación financiera a las arcas del Estado y de paso encadenar su titularidad pública.
Chávez, a falta de mayor precisión, dio a entender que no acometería renacionalizaciones, pero tampoco avanzaría en las privatizaciones. La misión más perentoria ahora era estabilizar la economía, aunque no a costa de devaluar la moneda o de imponer un sistema de control de cambios. Precisamente, eran sus planes económicos, y desde luego los que afectaban al petróleo -tratándose Venezuela del sexto productor mundial y el tercero de la OPEP tras Arabia Saudí e Irán-, lo que más inquietaba a la comunidad internacional. De hecho, Chávez culpó al petróleo, bendición a la vez que maldición para las perspectivas del progreso nacional, de las patologías que afectaban al desarrollo de los sectores industrial, agrícola, minero y de servicios, y subrayó la necesidad de estrenar un modelo que escapara de la dependencia de este recurso natural como la única fuente generadora de riqueza.
Antes de asumir la Presidencia, Chávez realizó una gira por Europa para tranquilizar a las multinacionales de la energía que operaban en Venezuela y a los gobiernos de los países con intereses allí, pero fue tajante en que su intención era revisar todos los contratos de explotación firmados en el último septenio, durante la llamada apertura petrolera. Asimismo, si bien aseguró que iba a respetar los acuerdos firmados con la OPEP, no ocultó su intención de propiciar un cambio en la filosofía de esta organización para hacerla menos complaciente con los países importadores del mundo desarrollado. Al hablar así, Chávez tenía presente el hecho de que el desplome de los precios del barril de crudo a lo largo de 1998 había causado mucho daño a la endeudada economía venezolana.
El 22 de abril de 1999 el Congreso concedió a Chávez los poderes especiales que había solicitado para gobernar por decreto en materia económica durante seis meses y para negociar con el FMI la reestructuración de la deuda externa, cuyo monto de 32.000 millones de dólares devoraba el 40% del presupuesto nacional. No obstante, se esperaba que el FMI exigiese a cambio el recorte del gigantesco aparato estatal, un millón de trabajadores públicos sobre una población de 24 millones. Cauto y conservador en sus primeras decisiones económicas, que supeditó a su programa de reforma política, en el mes de marzo Chávez se apuntó un primer éxito exterior al conseguir que la OPEP decidiera una nueva reducción de la producción con el consiguiente encarecimiento de los precios, lo que iba a aportar miles de millones de dólares extra muy necesarios para corregir el desequilibrio presupuestario y hacer frente a los compromisos de la deuda.
4. Instauración de la República Bolivariana y primera reelección presidencial
Aunque Chávez, haciendo referencias a la unidad y la reconciliación nacionales, quiso remover los temores a una forma de gobernar excluyente o despreciativa de las fórmulas de consenso básicas en democracia, al reincidir en declaraciones lapidarias sobre la "muerte" del Estado tradicional y el nacimiento de una "verdadera democracia" provocaba ansiedad en los compatriotas que no le habían votado y preocupación en varios gobiernos extranjeros. El gran interrogante era el rumbo que podría tomar el sistema político y económico venezolano si se abría paso la tantas veces anunciada revolución bolivariana. El caso fue que el presidente, indiferente a las reacciones que sus modos y su lenguaje iban generando, se mostró muy diligente en la realización de su promesa de "barrer" los viejos "poderes oligárquicos". Otras disposiciones, como la instrucción premilitar de todos los estudiantes de primaria y secundaria, la apertura en los cuarteles de cientos de Escuelas Bolivarianas (centros dedicados al estudio de la obra de El Libertador) y la participación de la Fuerza Armada en misiones de instrucción civil y servicios comunitarios, levantaron bien pronto airadas protestas de la oposición, que alertó contra una deriva marcial de la sociedad civil.
El populismo de Chávez, solemne y mesiánico a veces, cordial y dicharachero las más, desmedido o extravagante de manera habitual, se expresó a través de medios tan inusuales en las democracias normales como un programa radiofónico y televisivo de emisión semanal, todos los domingos, llamado Aló Presidente. En él, el presidente en persona, visiblemente cómodo con este formato, atendía solícito las peticiones y consultas de la audiencia, hacía apología de su pensamiento político, informaba puntualmente sobre sus planes y medidas, y defendía la obra de su Gobierno, manteniendo un canal de comunicación directa con el pueblo por encima de las instituciones y de toda estructura formal de poder. El primer Aló Presidente salió al aire el 23 de mayo de 1999 a través de la señal de Radio Nacional de Venezuela (RNV). La primera transmisión fuera del estudio, desde Barinas, tuvo lugar el 31 de octubre del mismo año y la primera emisión conjunta por radio y televisión, la edición número 40, llegó el 27 de agosto de 2000. En lo sucesivo, el Sistema Nacional de Medios Públicos de Venezuela empleó este doble canal mediático para difundir un programa que tuvo un éxito fulminante, aunque el estilo fuertemente retórico y discursivo de su absoluto protagonista fue constante motivo de crítica desde medios opositores.
El 25 de abril de 1999, tres días después de concederle el Congreso la Ley Habilitante para atajar la crisis económica mediante el gobierno por decreto por un período de seis meses, Chávez ganó el referéndum sobre la elección de la ANC con un 92,3% de síes, si bien con sólo un 37,8% de participación, lo que venía a significar que en la consulta votaron a favor los mismos electores que se habían decantado por Chávez en las presidenciales. Aunque se había establecido que el referendo sería válido sólo si superaba el 50% de participación, el Consejo Nacional Electoral (CNE) dictaminó que bastaba una mayoría de votos afirmativos.
Así legitimado, Chávez siguió adelante con su programa político. El 25 de julio los venezolanos acudieron de nuevo a las urnas para elegir la ANC. El Polo Patriótico arrasó al conseguir 120 de los 131 asambleístas con el 62% de los votos, lo que no dejó lugar a dudas sobre el desenlace de la catarata de cambios legales abierta por Chávez. La ANC, o Soberanísima, como la llamaba su promotor, emprendió el 3 de agosto los trabajos de debate y redacción del proyecto de Constitución bajo la presidencia del omnipresente Miquilena, si bien los detractores del oficialismo acusaron a dicha asamblea de limitarse a certificar un borrador que ya había sido elaborado por el equipo del presidente y que de hecho fue entregado a la institución constituyente por el propio Chávez con el nombre de Ideas Fundamentales para la Constitución Bolivariana de la V República.
Los puntos más significativos de la nueva Carta Magna eran: el establecimiento de la V República Venezolana, incluyendo el cambio del nombre del país, que pasaría a llamarse República Bolivariana de Venezuela; la ampliación del mandato presidencial de cinco a seis años y la posibilidad de su renovación consecutiva una sola vez; la adición a los tres poderes clásicos -ejecutivo, legislativo y judicial- de otros dos nuevos: el moral, aplicado en la lucha contra la corrupción, y el electoral, entendido como el ejercicio de fórmulas de democracia directa, destacando muy especialmente el instrumento del referendo revocatorio del mandato de todos los cargos de elección popular; la sustitución del Congreso bicameral por una Asamblea Nacional de 165 miembros elegida cada cinco años y despojada de escaños vitalicios para los ex jefes del Estado; el refuerzo del poder ejecutivo del presidente, que ahora podría decidir los ascensos militares, nombrar al vicepresidente, convocar referendos y disolver el Parlamento; vagas referencias al modelo de economía planificada; el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas; y un especialmente espinoso artículo sobre la participación de los militares en la vida pública.
El 5 de agosto Chávez proclamó en la ANC la defunción de la "IV República" y reclamó la aprobación de una declaración de "emergencia nacional" que facultase a la asamblea para intervenir en todas las instituciones del Estado. La oposición, que parecía incapaz de reaccionar ante el huracán chavista, lanzó débiles denuncias de "ilegalidad" y "golpe de Estado". La comunidad internacional seguía el controvertido proceso con una mezcla de aprensión y estupefacción. Reincidiendo en su ambigüedad económica, Chávez apostrofó contra "un dogma de mercado que pretende ser Dios" y propuso un modelo intermedio de carácter "autóctono". En los días siguientes, la ANC consagró la victoria total de Chávez, a través de cuatro decretos consecutivos.
Primero, el 9 de agosto, en respuesta a su maniobra de someter su cargo a disposición del cuerpo, la Soberanísima ratificó a Chávez como presidente de la República, a lo que siguió una segunda jura de la suprema magistratura, pero esta vez ante el Acta de la Independencia de 1811. Con esta escenificación, Chávez pretendía dejar clara la autoridad suprema de la ANC sobre todos los poderes constituidos de la sentenciada IV República. A continuación, el 12 de agosto, la ANC, "considerando que la República vive una grave crisis política, económica, social, moral e institucional, que ha llevado al colapso a los órganos del Poder Público y mantiene a la mayoría de la población en un inaceptable estado de empobrecimiento, con el cual se vulneran los más elementales derechos humanos", y "en razón de la emergencia nacional existente", declaró la "reorganización de todos los órganos del Poder Público".
Tercero, el 19 de agosto, la ANC, "en ejercicio del poder constituyente originario otorgado por éste mediante referendo aprobado democráticamente", y con el fin de "transformar el Estado y crear un nuevo ordenamiento jurídico que permita el funcionamiento efectivo de una democracia social y participativa", decretó la Reorganización del Poder Judicial (decreto de emergencia judicial), que suponía la creación de una Comisión de Emergencia Judicial de nueve miembros escogidos por la propia Asamblea y con las competencias, entre otras, de nombrar y destituir a cualesquiera magistrados, "evaluar" y "reorganizar" el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de la Judicatura y las demás instituciones del sistema de justicia, y "proponer" a la ANC las medidas "necesarias" en este ámbito. Puesta ante el hecho consumado, la Corte Suprema, el 24 de agosto, accedió a autodisolverse, acto que fue calificado por su presidenta, Cecilia Sosa Gómez, de "suicidio" de la institución para evitar así su "asesinato".
Ya sólo quedaba intervenir un poder, el legislativo, cuya institución titular era mayoritariamente desafecta. En realidad, el Congreso estaba resignado a su destino, tal como indicaba su decisión del 28 de julio, cuando los diputados resolvieron "suspender" sus actividades para no obstruir la labor de la ANC. El 25 de agosto los constituyentes dieron luz verde a la Regulación de las funciones del Poder Legislativo (decreto de emergencia legislativa), que en la práctica liquidaba las dos cámaras establecidas por una Constitución que aún seguía en vigor. El penúltimo día del mes el Congreso fue declarado en situación de "cierre técnico". Chávez, el MVR y sus aliados completaron así su monopolio sobre los tres poderes nacionales, creándose una clamorosa anomalía político-jurídica y precisamente en mitad de un proceso constituyente que tenía legitimidad democrática.
El 19 de noviembre la ANC entregaba el borrador final de la nueva Constitución a Chávez, quien aprovechó la ocasión para anunciar su candidatura reeleccionista en los nuevos comicios presidenciales del año siguiente. El 15 de diciembre, coincidiendo con las catastróficas riadas en Vargas, el peor desastre natural sufrido por Venezuela en el siglo XX, que provocaron entre 10.000 y 30.000 muertos –aunque algunas estimaciones no oficiales elevaron la cifra a 50.000- y arrasaron este estado costero, un segundo referéndum sancionó la Carta Magna bolivariana con un contundente 71,2% de votos favorables. En contra se pronunció el 28,8% de los votantes, alcanzando la participación el 45,9%; el porcentaje fue sensiblemente superior al registrado en la consulta de abril, pero se trataba todavía de un índice muy mediocre. El 20 de diciembre de 1999 la ANC promulgó solemnemente la nueva Constitución, que fue publicada por la Gaceta Oficial y entró en vigor el penúltimo día del año.
El 30 de julio de 2000, culminando el arrollador proceso de transformación de las estructuras políticas y jurídicas del Estado, y luego de suspender el CNE (con gran polémica) su celebración en la primera fecha convenida, el 25 de mayo, con el argumento de que no se reunían las condiciones técnicas, tuvieron lugar las elecciones generales, llamadas por algunos "megaelecciones", pues sometieron a renovación a todos los cargos de elección popular en todos los niveles de la administración del Estado.
En las presidenciales, Chávez se deshizo sin problemas con el 59,8% de los votos de sus dos solitarios contrincantes, Francisco Javier Arias Cárdenas, un antiguo camarada del MBR-200 (había sido el cabeza del golpe de febrero de 1992 en Maracaibo, tras lo cual compartió con él arresto y prisión) convertido en gobernador de Zulia en las filas de La Causa Radical, y el adeco Claudio Fermín Maldonado, quien se postuló por el movimiento Encuentro Nacional, fundado por él. Arias consiguió un respetable 37,5% de los sufragios. En las legislativas, el MVR confirmó su supremacía al capturar 91 de los 165 escaños que componían la nueva Asamblea Nacional con el 44,4% de los sufragios. En añadidura, el MAS metió seis diputados y el PPT uno, lo que produjo una mayoría oficialista de 98 parlamentarios. En las regionales, el MVR se hizo con 11 gobernaciones más la nueva Alcaldía Mayor del Distrito Metropolitano de Caracas, que estrenó el periodista Alfredo Antonio Peña, el MAS ganó cuatro gobernaciones y el PPT una. En total, la alianza pro-Chávez consiguió 17 de las 24 gobernaciones venezolanas.
El 19 de agosto de 2000, Chávez, cumpliendo con lo prometido cuando su inauguración presidencial del año anterior, arrancó su segundo mandato, esta vez con fecha de conclusión en enero de 2007, prestando juramento ante un ejemplar de la Constitución bolivariana. Antes de terminar el año, el 3 de diciembre, el chavismo ganó su tercer referéndum, una consulta de menor calado que las anteriores aunque políticamente muy reveladora, sobre la renovación obligatoria en el plazo de 180 días y a través de elecciones directas de las dirigencias de las centrales sindicales.
5. Resuelto activismo exterior y excepcionales relaciones con Cuba
El debut presidencial de Chávez estuvo acompañado también de una agresiva política exterior, insólita en un mandatario latinoamericano en muchos años, que le convirtió en uno de los personajes más conspicuos del panorama político internacional. Como en el ámbito casero, la agenda diplomática estaba impregnada de pensamiento bolivariano, expresado en una suerte de nacionalismo hemisférico.
El 27 de mayo de 1999 el mandatario asistió en Cartagena de Indias al XI Consejo Presidencial de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), organización de la que Venezuela era miembro fundacional (en marzo de 1996, a partir del anterior Pacto Andino). En la ciudad colombiana, Chávez llamó a crear en las próximas décadas una federación de estados latinoamericanos y caribeños que, luego de resolver los más perentorios problemas domésticos, pudiera dotarse de una política exterior común. El 21 de septiembre siguiente, con motivo de su alocución en la Asamblea General de la ONU en Nueva York y luego de concederle Estados Unidos el visado de entrada (durante largo tiempo denegado, por considerarle un subversivo procastrista), Chávez tuvo la oportunidad de departir con Bill Clinton, quien le expresó el respaldo de su Administración al proceso emprendido en Venezuela. También, se entrevistó con el colombiano Andrés Pastrana, con el que se había indispuesto a raíz de ofrecerse para mediar entre el Gobierno de Bogotá y la guerrilla de las FARC, la cual, opinaban las altas esferas políticas y militares del país vecino, mantenían ciertos tratos provechosos con el Gobierno de Caracas.
Días antes de producirse estos encuentros en Nueva York, Chávez tuvo en Manaos una cordial reunión con el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, un socialdemócrata firme partidario de avanzar en la integración de los países sudamericanos antes de proceder a la liberalización de los mercados de todo el continente bajo la batuta de Estados Unidos. Los mandatarios coincidieron en rechazar de manera rotunda una eventual intervención militar estadounidense en Colombia para combatir el narcotráfico.
En la I Cumbre Sudamericana, celebrada en Brasilia del 1 de septiembre de 2000 y de la que salió una Declaración sobre la convergencia económica y política del subcontinente, Chávez advirtió que la región sería "aniquilada" si sus integrantes no daban pasos decisivos hacia la unidad antes de conformarse la proyectada Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ambiciosa empresa de claras repercusiones geopolíticas, que Washington esperaba poner en marcha en enero de 2005. Fue la primera declaración clara de hostilidades por Chávez contra el ALCA, a la que iban a seguir muchas más. En la II Cumbre Sudamericana, celebrada en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil el 26 y el 27 de julio de 2002, el líder venezolano propuso la creación de "una especie de Petroamérica" y un "Fondo Humanitario Internacional" dirigidos por y para los países del subcontinente, para escapar del modelo neoliberal dictado por la OPEP y el FMI.
En cuanto a las relaciones personales con Castro, adquirieron el lustre y la notoriedad que otorgaba el manto institucional. Chávez volvió a La Habana el 15 de noviembre de 1999, dos semanas después de su primera visita oficial a España, con motivo de la IX Cumbre Iberoamericana, y de nuevo el 12 de abril de 2000, para participar en la primera cumbre de estadistas del Grupo de los 77 (G-77). En la primera ocasión, fue personalmente condecorado por su anfitrión con la Orden José Martí. El 26 octubre de 2000 los papeles se invirtieron y Chávez tributó a su huésped en Caracas la bienvenida digna de un héroe. Se trató de la primera visita de Estado de Castro a Venezuela desde la realizada en 1959, nada más triunfar la Revolución, cuando el comandante se acogió a la hospitalidad del entonces presidente adeco Rómulo Betancourt, antes de que éste le incluyera en su elenco de enemigos. En esta ocasión, los mandatarios firmaron un Acuerdo de Cooperación Integral por el que Venezuela abastecería a Cuba con 53.000 barriles de crudo al día –la tercera parte del petróleo consumido por la isla- a precios ventajosos y con facilidades financieras a cambio de servicios profesionales y técnicos cubanos en las áreas educativa, sanitaria y deportiva.
Esta diplomacia de prestigio, que perseguía subrayar la independencia nacional a contracorriente de lo que Estados Unidos consideraba aceptable, quedó bien patente en la maratoniana gira realizada por Chávez entre el 10 y el 14 de agosto de 2000 por los otros diez estados de la OPEP. El objeto de la misma era invitar a los respectivos mandatarios a una cumbre en Caracas encaminada a fortalecer la unidad de criterio en la organización energética y a estabilizar el precio del barril de crudo, que entonces cotizaba al alza, en torno a los 30 dólares. Más aún, el visitante propuso dar entrada en la OPEP a países exportadores no miembros como Rusia, Noruega y Omán. Durante el itinerario, Chávez calificó a la OPEP de "arma" para los países en desarrollo, una "especie de instrumento estratégico" que "no se puede dejar escapar". En Libia estuvo de acuerdo con Muammar al-Gaddafi en que si se producía un nuevo desplome de los precios no habría más remedio que recortar drásticamente la producción.
Por otro lado, al no excluir de la lista de capitales visitadas a Bagdad, Teherán y Trípoli, Chávez suscitó un considerable malestar en el Gobierno estadounidense. El líder venezolano, convertido en el primer jefe de Estado que visitaba a Saddam Hussein desde la guerra del Golfo en 1991 y hacía caso omiso del ostracismo internacional que pesaba sobre el dictador árabe, rechazó las críticas y advirtió que Venezuela era un país soberano al que nadie podía dictaminar su política exterior. Las aparentes ganas de Chávez de institucionalizar la OPEP fueron interpretadas en Estados Unidos, sobre todo tras la asunción en enero de 2001 de la Administración republicana de George Bush, y la Unión Europea como un intento de politizar el organismo regulador o de convertirlo en un cártel del petróleo verdaderamente corporativo y metido en una dialéctica Sur-Norte, si bien Washington no estaba en condiciones de ir más allá de las amonestaciones verbales porque importaba de Venezuela 1,4 millones de barriles al día, lo que representaba más de la mitad del total de las ventas venezolanas y el 14% del consumo petrolero estadounidense.
Por el momento, la escalada alcista en el precio del barril iniciada en abril de 2000, que alcanzó el pico de los 36,4 dólares en la segunda semana de agosto, una cotización sin precedentes desde la ocupación irakí de Kuwait en 1990, amortiguó los efectos de la crisis económica en Venezuela. Así, 2000 registró una inflación del 13,4%, siete puntos menos que en 1999 y la tasa más baja desde 1986, mientras que la cuenta corriente consignó su mayor superávit en un lustro y el déficit fiscal se redujo hasta el 2%. Igualmente, el segundo año de la Presidencia de Chávez se saldó con un crecimiento positivo del PIB del 3,7%, cuando en 1999 había padecido una contracción brutal, del -6%.
La segunda cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OPEP desde la celebrada en Argel en 1975, el 28 de septiembre de 2000, tuvo como escenario Caracas. En ella, Chávez invitó a los países importadores a discutir fórmulas para contener el alza de los precios. Pero los saudíes hicieron valer su peso tradicional, así que la denominada Declaración de Caracas no extremó las críticas a los países desarrollados (fundamentalmente, se les demandó el alivio de las cargas fiscales sobre los carburantes para mitigar el daño a sus consumidores), y aparcó para ulteriores encuentros toda decisión sobre cuotas de producción.
A mediados de 2001 Chávez protagonizó otro período de hiperactividad foránea. Primero, realizó una gira que le llevó por Rusia, Irán, India, Bangladesh, China (país que, al igual que Irak y Cuba, no estaba siendo condenado por Venezuela a la hora de votar en la ONU los informes sobre la situación interna de los Derechos Humanos), Malasia e Indonesia. En Yakarta, el 30 y el 31 de mayo, no se perdió la XI Cumbre del Grupo de los Quince (G-15).
A continuación, el 23 y el 24 de junio, presidió en Valencia el XIII Consejo Presidencial Andino, en cuya clausura anunció en primicia la captura en Caracas del que fuera principal colaborador del dimitido presidente Fujimori, Vladimiro Montesinos, y su inmediata entrega a las nuevas autoridades peruanas que lo reclamaban para juzgarlo por diversos crímenes. Ahora bien, la disputa con Lima estalló al punto cuando el ministro del Interior peruano, Antonio Ketin Vidal, desplazado a Caracas para coordinar la búsqueda y captura de Montesinos, fue amonestado por violar la soberanía nacional, mientras que el Gobierno del presidente Valentín Paniagua acusó a su homólogo venezolano de haber protegido al prófugo durante meses. La crisis culminó el 29 de junio con la retirada de los respectivos embajadores.
Con Colombia, los rifirrafes continuaron por la insistencia de Chávez en declarar una posición neutral y potencialmente mediadora en el tortuoso proceso de paz (por lo demás, terminado en fracaso en febrero de 2002) entre el Gobierno y las FARC, cada vez más percibidas fuera y dentro de Colombia como una organización básicamente criminal y terrorista no obstante su discurso revolucionario.
Las actitudes venezolanas de proteccionismo comercial y de freno a la integración regional percibidas por Colombia, Perú y Ecuador en el seno de la CAN, la denuncia por el antiguo cónsul venezolano en París, Nelson Castellano Hernández, de que el mandatario, supuestamente, había intentado que Francia excarcelara al sangriento terrorista internacional de los años setenta y venezolano de nacimiento Ilich Ramírez Sánchez (más conocido por sus alias de Carlos y Chacal), y la furibunda reacción de Estados Unidos, con la llamada a consultas a su embajadora en Caracas, a la demanda del presidente de que cesaran los bombardeos contra los talibanes de Afganistán porque no se podía "combatir el terror con el terror", fueron otros tantos episodios que aparejaron a Chávez el perfil de outsider regional y destemplado rebelde contra la hegemonía estadounidense en la escena internacional.
Del 11 al 13 de agosto de 2001 Chávez agasajó a Castro en Ciudad Bolívar y en Santa Elena de Uairén con ocasión de su 75 cumpleaños –entre otros honores le conc